Dejando de lado los que podríamos considerar de "comida completa", es decir, aquellos que se celebran en el horario de las comidas principales o cenas (banquetes de boda, comidas o cenas de empresa y similares), el resto de acontecimientos en los que agasajamos a los presentes con un catering suelen adoptar la forma, más o menos sofisticada, de pequeños bocados variados acompañados de una bebida.
En esta categoría entrarían los desayunos o almuerzos de trabajo, los aperitivos en convenciones y asambleas, las presentaciones de productos o las meriendas de cumpleaños.
Para estas situaciones lo más correcto es ofrecer una selección de alimentos variada, presentados en raciones mini (lo que se conoce como fingerfood) cuya gracia reside precisamente en que sean lo más heterogéneos posible: distintas texturas, sabores y aromas. El refrigerio se completa con un repertorio de bebidas en consonancia con la comida. En general, todas las empresas de catering disponen de cartas con numerosas recetas de bocaditos tanto salados como dulces.
Lo ideal es conjugar ambos sabores, salvo que queramos obsequiar a nuestros invitados específicamente con lo que se conoce como "mesas de dulces". Estas consisten en poner a disposición de los comensales un surtido completo de dulces, postres y pasteles para que los puedan ir probando a placer (tartas de todo tipo, galletas y pastas, bollería, bombones...). Esta degustación de dulces debe incluir algún plato más ligero e, incluso, una selección de frutas para suavizar la comida. El chocolate, en todas sus variantes, debe tener un protagonismo indiscutible (está de moda adornar estas mesas con una fuente de chocolate). En el caso de fiestas de niños, no podemos olvidar las golosinas, dedicándoles un espacio propio con una propuesta llena de color y divertida.