La franquicia es un tipo de contrato mercantil en el que se establece una relación comercial entre un franquiciador y un franquiciado. Es decir, se convierten en una especie de socios. El primero aporta la marca, la imagen, las estructuras, los productos o servicios y, en general, el “saber hacer” y, a cambio, recibe una inversión inicial y un porcentaje de los beneficios que vaya obteniendo el segundo.
Se trata, por tanto, de una relación en la que existe una implicación por ambas partes en el negocio y, por tanto, un interés por que todo funcione según con los criterios establecidos previamente y se maximicen los beneficios.
En cualquier caso, los especialistas coinciden que es fundamental conocer de antemano y estar de acuerdo con el espíritu, los valores y la imagen que quiere transmitir el franquiciador para evitar conflictos en caso de que el franquiciante busque empezar a crecer de forma independiente.
La diversificación que se ha producido dentro del sector de catering y la organización de eventos ha favorecido que, igualmente, proliferen todo tipo de franquicias relacionadas con este ámbito.
Así puede optarse, por ejemplo, por abrir establecimientos de comida rápida o de organizaciones de eventos de bajo presupuesto que, normalmente, suelen requerir una inversión menor –a partir de 10.000 o 15.000 euros-. Por otra parte, también se puede apostar por franquicias de alto nivel o que ofrezcan un mayor número de servicios, en cuyo caso la inversión inicial se situaría en torno a los 30.000 euros.
Si se tiene en cuenta el dato de que el 40% de las franquicias que existen en el mundo se relaciona con el sector de la gastronomía, la mayoría de los profesionales del sector coinciden en afirmar que, aunque puede parecer que hay una sobresaturación del mercado, una franquicia bien situada y orientada correctamente al público que debe dirigirse puede ser la mejor fórmula para garantizar el éxito.